martes, 24 de junio de 2014

A FEDERICO GARCÍA LORCA (Ronald F. Finkenberger, 1986)


Era en él la cósmica alegría,
el alado corazón, la cascada cristalina
de jazmines el gentil perfume,
geranios luminosos de provincia.
Que llevaba el día en el cinto,
un trovador silvestre cantaría.
Que en él estaban la gracia y el genio
el dueño de las olas confesaría.
¡Ah! Mataron a Federico los fusiles
que a los niños dormían en Granada,
mataron a Federico y no hay quien quite
la sangre y el llanto en las guitarras de España.
Desiertas han quedado las plazas de Madrid,
el Guadalquivir cubierto de fuego en sus aguas,
porque el cisne más hermoso canto hasta morir
se desangran por la noche naranjas valencianas.
Ahora vaga radiante por entre flores azules,
con las que grillos honran su senda de plata.
Ahora está tan lejos, lejos, Generales traidores:
No hubo valiente que blandiera su espada.
Me inclino a tus ojos, secos ya en la tierra,
hermano de palomas, romántico gitano.
Me inclino a tu canto miedo de la guerra,
para que al fin puedas iluminar mi mano.
Desiertas han quedado las plazas de Madrid,
el Guadalquivir cubierto de fuego en sus aguas,
porque el cisne más hermoso canto hasta morir
se desangran por la noche naranjas valencianas.
¡Ah! Mataron a Federico los fusiles
que a los niños dormían en Granada,
mataron a Federico y no hay quien quite
la sangre y el llanto en las guitarras.