miércoles, 7 de agosto de 2013

NUESTRO PORTAAVIONES A VELA EL ATOLÓN LUCIFERINO (Diego Maquieira, 1951)




Después de haber dejado sollozos a los milenaristas

columpiándolos por un rato sobre los decorados

enfriamos los Harrier rumbo a guardarlos

a nuestro lujoso paquebote en medio del mar

El Atolón Luciferino con sus novecientos

metros redondos de telones

abrían los ojos a la belleza

Fue una recepción sin atentados y sin represalias

Llegamos con atados de clonas y con sacos de alcohol

Yo traía mi reposacabeza y mi sillón ampliado

para regalárselo al ministro Coritani

que nos esperaba con animales salvajes sueltos

en cubierta que parecía un desfile de abrigos

de pieles. Fue una gentilidad del Premier

habernos puesto un coche con capota de seda

tirado por cañones españoles que los druidas

usaban como monopatines.

Nada raro seguíamos chupando como feligreses

y bajábamos a abrazar a nuestros aliados

Entramos besando y festejando a las nobles familias

Genovese, Gambino, Lucchese, Colombo, Bonanno

Los alojados estrella a bordo del Luciferino

y de una alegría que los bolas milenaristas

desconocían y le temían como a sus demonios

Ma mientras nos venían rastreando unos buzos

que entonces interceptamos con esparcimiento

y les dejamos ver el momento en que saltamos

en mulas por los lados del portaaviones al mar

a bautizar a las clonas y a llenarlas de gozo

Nos quedamos ahí montándolas en medio del mar

hasta que subimos a echarnos a los toldos

de la privacidad.